Publicaciones
April 1, 2020

De perderlo todo en un instante… a construir junto a otros nuestros espacios

Por Patricia Noboa Ortega y América Soto Arzat para Polimorfismo N6 2019 (PP.162-179)

Es muy difícil olvidar esa madrugada del 20 de septiembre de 2017, cuando María azotó a nuestra isla. El 100% del país quedó sin electricidad y el 60% sin agua potable, y algunos sectores del país quedaron sin estos servicios por largos meses. El 92.7% de las torres de telecomunicación cayeron, quedándonos sin servicio telefónico y manejando la angustia que nos provocaba no poder llamar a los seres que amamos para dejarles saber que estábamos vivos, o por lo menos, “estábamos bien”.1 El 74% de los hospitales dejaron de operar y sobre 15,000 ciudadanos fueron desplazados de sus comunidades y refugiados en 499 escuelas, según el Instituto Caribeño de Derechos Humanos y Clínica Internacional de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana de Puerto Rico. En Puerto Rico, perdimos alrededor de 250 mil residencias2, en otras palabras, muchas familias se quedaron sin hogar. La Universidad de George Washington estimó que murieron 2,975 puertorriqueños y una de las principales causas que provocó sus muertes fue la falta de electricidad, seguido por la falta de acceso a tratamiento médico.3 No cabe duda de que el 2017 fue un año devastador en Puerto Rico: 252 ciudadanos y ciudadanas se suicidaron y 2,353 se intentaron suicidar, específicamente entre septiembre y diciembre.4

Si bien María afectó a todos los puertorriqueños y puertorriqueñas, su impacto fue diferenciado. No todas las comunidades sufrieron de la misma manera. El estudio titulado Voces de mujeres nos recuerda que, a pesar de que no podemos frenar eventos como el huracán María, sí se pueden tener medidas de prevención, planificación y acción que apoyen a las poblaciones marginalizadas, que en eventos como estos frecuentemente son las más afectadas.5 Algunas de estas poblaciones vulnerables son: mujeres, inmigrantes, personas con migración irregular, niños, personas de la tercera edad, pobres o de bajo ingreso, personas con discapacidades físicas o mentales, con enfermedades y ex combatientes de guerra. Puerto Rico es uno de los países más desiguales del mundo debido a sus condiciones económicas y sociopolíticas6y como San Isidro no es la excepción, queremos iniciar nuestro análisis pasando revista a dichas condiciones. Esta mirada nos permitirá entender el nivel de devastación y pérdida que enfrentaron los y las residentes de uno de sus sectores, Valle Hill.

Valle Hill : ¿terreno cedido o una invasión en una zona inundable?

La comunidad de San Isidro está ubicada en el barrio Canóvanas del Municipio de Canóvanas. San Isidro –junto con los sectores que lo componen– Villa Hugo I, II, y Valle Hill, fue catalogada como Comunidad Especial, bajo la Ley para el Desarrollo Integral de las Comunidades Especiales, firmada el 1 de marzo de 2001. En el informe Diagnóstico de Comunidad Especial Valle Hills, se destaca que este sector surge como resultado de una invasión –información que contrastaremos más adelante–, que los y las residentes no poseían la titularidad del terreno, que la comunidad se servía de una conexión ilegal al servicio de agua potable y que no existía un sistema de disposición de las aguas servidas. También, se plantea que las viviendas poseían pozos sépticos en condiciones inadecuadas y no contaban con servicio de energía eléctrica residencial. Dentro de la comunidad, no se identificaron escuelas, centros de salud u hospitales, lugares donde llevar a cabo actividades recreativas o un centro comunitario. Para ese periodo, Valle Hill estaba compuesta de 379 unidades de vivienda construidas de manera informal en madera y zinc.

El sector Valle Hill está ubicado en la llanura de inundación del Río Grande de Loíza. En otras palabras, sus residentes han vivido por los pasados 30 años, y aún viven, en una zona que le pertenece al río (Imagen 1). Los residentes y las residentes del sector Valle Hill, en particular, han construido sus residencias sobre uno de los humedales que conectan al río. Muchos de los y las residentes –de más de veinte años allí– nos comentaron que llegaron a ese sector porque José “Chemo” Soto7, les cedió parcelas bajo la promesa de que en un futuro les iba a dar títulos de propiedad. Cabe mencionar que los terrenos que les cedió no le pertenecían al municipio, sino a la Autoridad de Tierras pasando luego en 2015 al Departamento de Vivienda. Otros residentes compraron el terreno, o como ellos y ellas les dicen “el ranchito”. Con el apoyo del gobierno municipal, algunos residentes fueron rellenando el caño –hasta alcanzar los 20 pies de altura– con escombros y basura, con el propósito de construir sus residencias. Muchos comentaron que para ellos y ellas mudarse a Valle Hill y construir sus hogares, significó: “comenzar una nueva vida”, “poder hacer familias”, “conseguir un sitio pa’ yo tener mi casita y vivir tranquilo en mi mundo”.8

Con esas mismas deficiencias en infraestructuras –identificadas hace más de 10 años– Valle Hill recibió el impacto del huracán María. La Dra. Noboa Ortega llegó a esta comunidad en el mes de octubre –a un mes de María– para llevar a cabo una feria de salud junto con otros profesionales de la salud del Colegio de Médicos Cirujanos.9 Como psicóloga con formación en psicoanálisis, quiso abrir un espacio de escucha para que los y las residentes, desde la palabra hablada, narraran su experiencia con el huracán María. Su objetivo era que en ese proceso de apalabrar pudieran encontrar un espacio digno donde calmar su angustia, darles voz a sus miedos, narrar sus malestares, darles cabida a sus confusiones y contradicciones, y recorrer sus incertidumbres en sus propias palabras. Siguió las coordenadas teóricas que postula el psicoanalista argentino, Juan-David Nasio, quien afirma que para alcanzar una escucha profunda y terapéutica, como analista, se debe ante todo querer entrar en el mundo íntimo del paciente, tener el deseo de saber cómo él o ella se percibe interiormente, incluso, cómo se ignora. Con esa voluntad y deseo de ir hacia el otro, y conocer su universo íntimo, Nasio nos señala que podemos no solamente saber lo que él o ella siente en su interior, sino descubrir junto a él o ella, por qué sufre. Esta posición ética articuló el trabajo de escucha de la Dra. Noboa Ortega con cada residente que compartió algo de su vida con ella en las brigadas de salud y durante el estudio.

Al ver el nivel de devastación que sufrió la comunidad Valle Hill, Noboa decidió quedarse y apoyarlos en sus respectivos procesos de recuperación. Les presentó a la Junta de Residentes Activos de Valle Hill su propuesta de estudio, que básicamente consistía en documentar cómo ellos y ellas se recuperaban del impacto de María. Tres preguntas de investigación guiaron el trabajo: ¿qué retos enfrentaron en su proceso de recuperación?, ¿cómo enfrentaron esos retos? y ¿qué efectos psicosociales habían estado estado manejando luego del huracán?

¿Cómo llevamos a cabo el estudio?

Utilizamos la metodología de la etnografía, particularmente utilizamos cuatro técnicas etnográficas: observaciones-partícipes, notas de campo, entrevistas (abiertas y semiestructuradas) y narrativas etnográficas. El estudio se dividió en dos fases. En la primera fase – entre los meses de noviembre 2017 a marzo de 2018– llevamos a cabo observaciones partícipes y entrevistas abiertas. Las entrevistas abiertas iban dirigidas principalmente a conocer a los y las residentes de la comunidad, conocer la exposición que tuvieron al huracán, sus necesidades y los retos más apremiantes que estaban enfrentando en esa inmediatez. Documentamos las visitas en las libretas de campo y luego desarrollamos las narrativas etnográficas que constituyen una elaboración reflexiva de cada visita. Desarrollamos alrededor de 120 narrativas etnográficas.

En la segunda fase –entre abril a junio de 2018– llevamos a cabo entrevistas semiestructuradas, las transcribimos y llevamos a cabo un análisis cualitativo de los datos. Una premisa ética que articuló y sostuvo nuestro trabajo en la comunidad era que las necesidades básicas de los y las residentes tenían que ser cubiertas para iniciar el proceso de recuperación, y que había que establecer unos lazos sólidos de confianza con ellos y ellas. Por lo tanto, a través de observaciones- partícipes identificamos las necesidades de los y las residentes y coordinamos la entrega de donaciones (como filtros de agua, agua embotellada, ropa, comida, medicamentos, muebles, colchones, una planta eléctrica, productos de limpieza, utensilios de cocina, productos de higiene personal, productos para infantes, toldos y materiales de construcción). También coordinamos visitas con una abogada para apoyarlos con las apelaciones ante la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés), llevamos médicas para atender a los encamados y a la población envejeciente, quienes no habían recibido servicios de salud. Para ambas fases del estudio, visitamos la comunidad semanalmente, específicamente los domingos y algunos sábados.

Valle Hill frente a María: ¿qué efectos tuvieron los años de exclusión en la comunidad?

En un censo llevado a cabo por la líder de la comunidad de Valle Hill, Jannette Lozada Sabastro, de un total de 2,195 residencias, sobre 900 quedaron totalmente destruidas. En otras palabras, el 41% de los hogares se perdieron. ¿Por qué este nivel de devastación? Primero, la pobre calidad de los materiales utilizados para construir y las prácticas informales de construcción posibilitaron este nivel de destrucción. Cabe destacar que muchos residentes –tanto hombres y mujeres– trabajan en construcción, aunque no necesariamente tenían el conocimiento para diseñar y construir una vivienda resistente ante un huracán como María, de categoría 4. No queremos vilificar la construcción informal, ya que se evidenció que otros sectores en Puerto Rico en mejores condiciones socioeconómicas, con un conocimiento formal en construcción y diseño, como fue el caso del complejo de viviendas de Ciudadela, tampoco resistieron el embate de María. Segundo, los y las residentes enfrentaron inundaciones de más de 15 pies debido a la ubicación geográfica de Valle Hill, por lo que, si no fueron los vientos, fue el agua –contaminada debido al desbordamiento de los pozos sépticos– la que destruyó por completo sus hogares o parte de ellos (Imagen 2).

Imagen 2. Residencia en Villa Hugo II, San Isidro, Canóvanas, Puerto Rico luego del huracán María. (Fotografía: Patricia Noboa Ortega y América Soto Arzat, PNO-ASA)

Reconocemos la singularidad del sujeto, por lo tanto, sabemos que lo que provoca sufrimiento en el ser humano es particular y único. A estos efectos, dos seres humanos pueden perder un mismo objeto (casa, carro, cama, sofá), pero las respuestas emocionales y psicológicas que se desatan por esta pérdida serán distintas. Por ejemplo, uno puede llorar desconsoladamente, no dormir, no comer, y hasta sentir dolor en el cuerpo –dolor en el pecho, dolor de cabeza, adormecimiento en las piernas–, pero, la causa de este sufrimiento, no radica exclusivamente en la pérdida del objeto –realidad material–. Los objetos no cargan sentido en sí, sino que son las representaciones que hace el sujeto sobre ese objeto y sobre su pérdida lo que causa ese sufrimiento – realidad psíquica–. Este es el campo de trabajo del psicoanálisis, la realidad psíquica del sujeto, y son esos significantes –que muchas veces están inconscientes en el propio sujeto– los que operan produciéndole dolor, sufrimiento, malestar o hasta un síntoma en el propio cuerpo. Es a través de la palabra, de las elaboraciones simbólicas que hace el sujeto, en especial cuando él o ella logran historiar sus pérdidas, que podemos atisbar de lo que trata ese dolor y sufrimiento. Veamos, a través de un ejemplo de una residente de Valle Hill, esa intersección de la realidad material y psíquica.

Carmen Paula10 es una mujer de cincuenta y tres años, nacida en Higüey, República Dominicana. Reside en Puerto Rico desde hace más de 30 años y vive en San Isidro, en el sector Valle Hill, hace más de 25 años. Carmen Paula culminó su escuela superior, aunque no recibió diploma de graduación. En la actualidad, convive con su pareja. Tiene cuatro hijos, dos están en República Dominicana, uno en Estados Unidos y uno en Puerto Rico. Carmen Paula trabajaba un día a la semana como empleada doméstica en la Urbanización Torrimar, Guaynabo, ganando $60 el día. También recibía $120 mensuales de apoyo financiero del PAN. Carmen Paula vivía con $360 mensuales (que correspondían a $240 como empleada doméstica y $120 del PAN). Luego del huracán María, Carmen Paula perdió su hogar (Imagen 3) y también su empleo –al ser despedida por no tener transportación, ya que el tren urbano no operó por meses y era su único medio de transporte–. Estuvo un tiempo desempleada, recibiendo exclusivamente los $120 mensuales del PAN. Todo este contexto alude a la realidad material de Carmen Paula –a las condiciones sociales y económicas que posibilitan su proceso de recuperación–.

Imagen 3. Pérdida total de la residencia de Carmen Paula y su compañero Santiago en Villa Hugo II, San Isidro, Canóvanas, Puerto Rico luego del huracán María. (Fotografía: PNO-ASA)

En nuestras conversaciones, ella repetía continuamente lo doloroso que había sido la pérdida de su mamá, que muere justo antes de María. Así que ella pierde a su mamá y luego pierde su hogar. Veamos cómo ella narra lo perdido y cómo en su discurso se interseca esa realidad psíquica y material ante la pregunta sobre las dificultades que ha enfrentado en su proceso de recuperación.

—Yo me puse que mi hijo me dijo a mí un día, “mami”, perdonando, “¿que diablos te pasa?”. [...] Dejé de comer, yo lo que quería era morirme. Yo me paraba y, señor, y llora y llora y llora. Mirando pa’abajo, pensando en mi madre. —Llorando, dice—. Míreme cómo estoy. Yo no comía, yo no dormía. Cogí una depresión.
La amiga mía, la flaca, le dijo —en referencia a su esposo— “no le pelees, ¿tú no ves que Carmen tiene depresión?”.
Eso era llora, llora, llora y sin comer y, él, peleándome.
—Le preguntamos—: “¿Tu marido?”. —Ella contesta—: “Sí”.

Ante la pregunta sobre las dificultades que ha enfrentado –que es una invitación a relatar esa realidad material– ella comenzó a elaborar sobre los efectos que habían tenido en su cuerpo las adversidades que había enfrentado por los pasados siete meses, luego de María. Ahora bien, ella deja fuera esa realidad material (la pérdida de su casa) y en su discurso se desencadenan otros significantes, como la pérdida de su madre (realidad psíquica). Carmen Paula, con esta situación, enfrenta su límite como ser humano, no pudo evitar la muerte de su madre ni la pérdida de su hogar. Ese dolor que le produce la pérdida y la ausencia de su madre, le es insoportable, incluso le produjo síntomas en su cuerpo –no podía dormir y se le fue el apetito–. Cabe recordar que el dormir y el alimentarse son procesos primarios en la vida del sujeto, y que nos remiten a quien ejerció la función materna, ese ente que nos nutrió en nuestros primeros años de vida y que provocó con ese acto recurrente nuestras primeras inscripciones como humanos, el sentirnos seguros, amados y deseados.11 Carmen Paula pierde ese primer suelo natal, su primer hogar, su madre; y luego, pierde ese espacio que también le proveyó seguridad y otras cosas más que aún no sabemos que fue su hogar en Valle Hill. Ese dolor que le ha resultado in-vivible, la llevó a desear su propia muerte, como una salida a ese sufrimiento. Sabemos que el deseo a morir, en ocasiones, no implica materializarlo ni sugiere una ideación suicida, pero sí implica un reconocimiento por parte del sujeto de que estos eventos estresantes y prolongados le están siendo muy difíciles de sostener y manejar.

La exposición a un evento como María nos afecta, y la literatura científica evidencia que puede causar ansiedad, depresión, fobia social, desconfianza en las autoridades, miedos a desastres venideros, angustia y duelo.12 Si a ese evento le añadimos unas precarias condiciones materiales, que dificultan aún más el proceso de recuperación, ponemos en mayor riesgo la salud de la población afectada, que ya está vulnerabilizada. Lo vimos en Katrina con los afroamericanos pobres del sur de los Estados Unidos que desarrollaron depresión, ansiedad y estrés post traumático (PTSD, por sus siglas en inglés).13 Como Carmen Paula no tenía trabajo, coordiné varias donaciones de materiales de construcción que su compañero recogió para iniciar la reconstrucción de su casa. Incorporando los saberes de la población con la que trabajo, que resultan en ocasiones más ricos y potentes que el propio discurso académico, Altagracia –una de las residentes– nos comentó que lo que la pone depresiva es no tener trabajo. Cabe destacar que esta mujer dominicana, que perdió también su empleo, a un año y nueve meses de María aún estaba buscando trabajo como empleada doméstica para hacer nuevamente “su casita”, que también perdió en con el huracán.

Reconstruir el hogar a nuestro modo y como se pueda

Como pasó en otros lugares en Puerto Rico, la recuperación de Valle Hill, no inició con la ayuda del gobierno municipal, estatal ni mucho menos federal, sino con el trabajo organizativo de los propios residentes, en compañía de los líderes y lideresas de la comunidad y ciudadanos que llegaron a apoyar lo que ya se había iniciado. Vecinos y vecinas, familiares, organizaciones internacionales (como Amma –Embracing the World–, Eaton, Cruz Roja y Techo), iglesias católicas y evangélicas, el sector financiero como (Banco Santander), y cooperativista (Cooperativa Ecológica de Permacultura para un Puerto Rico Autosuficiente y Cooperativa de Ahorro y Crédito Roosevelt Roads) y ciudadanos solidarios, como la Brigada de Todxs, apoyaron de múltiples formas a los y las residentes de Valle Hill. Algunos llevaron donaciones, instalaron toldos, o ayudaron a reconstruir casas. Los propios residentes compartían la comida que preparaban y otros construyeron una cocina comunitaria que alimentó por semanas a los y las residentes de una de las calles de la “villa”, como se refieren a Valle Hill los propios residentes. Otros residentes compartían las donaciones que recibían con sus vecinos cercanos o solicitaban más donaciones para compartirlas cuando las recibían por el equipo de investigación. En otras palabras, compartir los recursos con el otro estuvo presente en los inicios de la recuperación de Valle Hill. Algunas vecinas ofrecieron sus propios hogares como refugios –incluso por meses– y otras ayudaban a limpiar las casas de sus vecinos, particularmente si éstas se encontraban quebrantadas de salud. Algunos residentes limpiaron las calles, que estaban llenas de escombros, o limpiaron el humedal. Uno de los líderes instaló toldos y ayudó a reconstruir algunas casas que quedaron destruidas. El líder de comunidad, Luis “Digel”, junto con la Brigada de Todxs, reconstruyeron la casa de “abuelo” y “abuela”, que estaba a punto de colapsar (Imagen 4).

Imagen 4. Brigada de Todxs y Luis “Digel” reconstruyendo la casa de “Abuelo”. (Fotografía: Pacheco Maldonado)

“Abuelo”, como le conocen en la comunidad, es un hombre de 91 años, casado hace 35 años con Alicia Ortega, su cuidadora principal. “Abuelo” lleva más de siete años encamado, limitación que le impedía reconstruir su hogar. Desde su cama, recordaba cuando ambos, en mejor condición de salud, construyeron su residencia allí en la “villa”, hace más de 24 años (Imagen 5). Como su residencia colinda con el Caño Norberto, durante el huracán María se desplazaron a uno de los refugios en Canóvanas. Allí estuvieron meses en espera de una casa por Plan 8, promesa que le había hecho la alcaldesa, Lorna Soto. Debido a los malos tratos que recibieron en el refugio (no les ofrecían agua ni comida, había pobre higiene en los baños y no se sentían seguros), decidieron regresar a su hogar, como muchos otros residentes eligieron hacer. Lamentablemente, estas situaciones de insalubridad vividas por otros residentes de la “villa” también fueron experimentadas en otros refugios en Puerto Rico.14

Imagen 5. “Abuelo” riendo en su cama. (Fotografía: Pacheco Maldonado) “Abuelo”, como le conocen en la comunidad, es un hombre de 91 años, casado hace 35 años con Alicia Ortega, su cuidadora principal. “Abuelo” lleva más de siete años encamado, limitación que le impedía reconstruir su hogar. Desde su cama, recordaba cuando ambos, en mejor condición de salud, construyeron su residencia allí en la “villa”, hace más de 24 años. 

Autogestionar el proceso de re- construir sus respectivas viviendas y rehabilitar sus hogares hace de ese proceso algo transformador. Este es el caso de Alberto, “Berto”, un hombre 68 años de edad, nacido en Trujillo Alto, Puerto Rico. “Berto”, como otros hombres en la “villa” se fue de su hogar a los 15 años, debido a la violencia y el alcoholismo de su padre. Vivió en casa de su tío, quien era músico, tocaba el tres, y a quien describió como alguien muy trabajador, identificándose con él a muy temprana edad (Imagen 6). “Berto” logró terminar su cuarto año estudiando por las noches porque trabajaba durante el día. Con apenas 16 años, ya casado, construye su primer hogar, pero al poco tiempo se divorció. Llegó a San Isidro hace más de 19 años, luego de su segundo divorcio, que trajo como consecuencia el distanciamiento de sus dos hijas.

Imagen 6. Alberto (“Berto”) mostrando uno
de sus cuatros en su casa Valle Hill, San Isidro, Canóvanas, Puerto Rico. (Fotografía: PNO-ASA)

El alcalde Soto le cedió una parcela y, como otros residentes que trabajan en carpintería, hojalatería, albañilería, plomería, y electricidad comenzó a construir su nueva residencia, pero esta vez, sin su familia. Alberto, como otros residentes en la “villa”, no sabe exactamente el sector donde vive, si es Villa Hugo II o Valle Hill. No por dificultades personales, sino porque ha sido una práctica del gobierno municipal cambiar las direcciones residenciales. Luego de la visita de rigor al Municipio para solicitar la certificación que comprueba que es dueño de la residencia, le indicaron que su residencia le pertenecía al sector Villa Hugo II y no a Valle Hill.

Como muchos residentes en la “villa”, que desconfían de la capacidad del gobierno municipal para protegerlos, decidió quedarse en su residencia durante el huracán María. No cerró las ventanas bajo la creencia de que era más seguro mantenerlas abiertas para que el viento corriera. Esto le permitió ver cómo los techos de zinc y los muebles volaban como “chiringas”. Cuando su amigo –quien se refugió en su casa para que él no estuviera solo– y él, vieron que el nivel del agua subió lo suficiente, les “llegó a la boca”, decidieron buscar ayuda. Berto no sabía nadar, pero al verse al filo de la muerte salió de su casa, y su vecina nadó en aguas contaminadas hasta su casa. Aún recuerda las palabras de esa vecina dándole seguridad: “No te apures. Yo no voy a dejar que te pase nada... Agárrate de mí”. Ese acto ético del cuidado del otro, que lo vimos en muchas comunidades en Puerto Rico, acalló por un momento su diálogo interno, “aquí se fue Bertón”.

“Berto” como otros residentes perdió objetos queridos: muebles, tres juegos de cuarto, camas, televisor, enseres eléctricos, computadora donde guardaba su música preferida, ropa, zapatos, carros, los plafones de la casa completa y parte del techo de zinc. También perdió vecinos cercanos, algunos por leptospirosis15, otros por el colapso del sistema de salud, y otros porque se desplazaron a Estados Unidos o regresaron a su tierra natal, República Dominicana. Esa emigración forzosa, la recogió en su expresión: “Aquí hasta el gato se ha ido”. Como otros residentes, fue reconstruyendo y haciendo cambios a su hogar para hacerlo más seguro y más habitable. Subió el nivel del suelo un pie más para protegerlo de otra inundación. Le hizo un piso, le puso brea, luego le asentó otro piso y, por medio de un intercambio, pudo instalar losetas en una parte de la casa.

Como otros residentes en Canóvanas16, Berto recibió poco dinero de FEMA, alrededor de $4,000, y como él “no se puede dormir” –es decir, el tiene que conseguir lo que necesita sin esperar por nadie– además de utilizar la estrategia de intercambios, también reutilizó materiales que tenía guardados, como el hierro de rejas, o restauró objetos o muebles que le habían regalado antes y luego de María. Para combatir el calor en su casa, diseñó un techo de 13 pies, e instaló unos conductos para mayor ventilación (Imagen 7). Según él, instalarlo con un declive evita que entre el agua y, al tener una malla, impide que entren animales. Restauró y pintó unas puertas francesas que le habían regalado años atrás, y las instaló a la entrada de su hogar. Los marcos de las puertas de los dormitorios los instaló en hierro, según él, para que las puertas tuvieran mayor estabilidad y amarre en un próximo huracán. Gracias a “este almacén” –expresión despectiva que utilizó el inspector de Tu Hogar Renace para referirse a la acumulación de equipo y materiales que “Berto” tenía en su hogar”– pudo reconstruir su casa. En nuestras conversaciones, “Berto” habla de sentir la ausencia de su familia, de extrañar a sus dos hijas, sus nueve nietas y bisnietas. El huracán hizo más latente la ausencia de sus familiares. Los días festivos, que en Puerto Rico se acostumbran a celebrarlos “en familia”, se hace más presente en él la ausencia de ellos/as.

Imagen 7. Descripción: sala y comedor de
la casa de Alberto, reconstruidos por él en Valle Hill, San Isidro, Canóvanas, Puerto Rico. (Fotografía: PNO)
Ellos no se acuerdan casi mucho de mí. Siempre ausentes todos. Ni siquiera el día de... Navidad. Después Día de Reyes. Después viene... el Día de la Amistad, el Día de los Padres. Las enfermedades que tú coges en un hospital. Entonces, vuelve este, (¿cómo se llama?) el Día de Halloween. Verdad, después viene (¿cómo se llama?), el Pavo. Viene Noche Buena y siguen sucesivamente todas las fechas [en] que tú nunca ves a tu familia.

Su familia estuvo presente en la reconstrucción, él les dio nuevamente un lugar en su hogar. En los énfasis que hace en su discurso y en sus elecciones de diseño, denota que aún los espera. El primer cuarto que “Berto” reconstruye es el cuarto de la visita y compró un juego de comedor con seis sillas porque según él, “si la visita viene, no se puede sentar en el piso a comer”. El huracán María, sin duda visibilizó el nivel de exclusión y marginalidad que viven muchas comunidades en Puerto Rico, como el sector Valle Hill. El nivel de pobreza es consecuencia de las políticas públicas de las autoridades gubernamentales, municipales, estatales y las agencias del gobierno de los Estados Unidos. A pesar del desamparo del gobierno y de una actitud de menosprecio a la pobreza y dejarlos a su propia suerte, tomando en consideración la dolorosa experiencia de María, los esfuerzos individuales, colectivos y comunitarios dirigidos a cuidar de los otros, les posibilitó a los y las residentes de Valle Hill iniciar la reconstrucción de sus hogares y su comunidad. Comprender la realidad psíquica y la realidad material de las comunidades excluidas y marginalizadas nos ayuda a conocer mejor a los seres humanos que las componen y a entender cómo se conciben los espacios de la reconstrucción por sus habitantes.

Notas al pie

1 María...”, 2017.

2 Instituto Caribeño, 2017.

3  Sosa Pascual et ál., 2018.

4  Comisión, 2018.

5  Fernós et ál., 2018.

6  Instituto de Estadísticas, 2018.

7  Soto fue alcalde por veintiún años, entre el periodo de 1993 a 2014, y es padre de la actual alcaldesa, pertenecientes ambos al Partido Nuevo Progresista

8 Entrevistas realizadas por las autoras, 2017-2018.  

9  Luego del huracán, el Colegio de Médicos Cirujanos formó alrededor de diez grupos de trabajo de profesionales de la salud. Entre éstos, se encontraban médicos/as (dentistas, generalistas, endocrinólogos/as), enfermeros/as, psicólogos/as, estudiantes de medicina y psicología, y visitamos distintas comunidades desaventajadas, como Vieques, Utuado, Canóvanas, entre otras. Además de ofrecer servicios de salud, entregamos suministros, medicinas y artículos de primera necesidad

10  Los y las residentes me solicitaron utilizar los nombres reales para darles visibilidad a sus historias.

11  Renes, 2014.

12  Felix et ál., 2011 y Mort et ál., 2008.

13  Weems et ál., 2007.

14  Instituto Caribeño, 2017.

15  Debido a los trabajos de remoción y limpieza de escombros, varios residentes nos comentaron sobre las muertes por leptospirosis. Según el Centro de Periodismo Investigativo, hubo 26 muertes certificadas por leptospirosis en Puerto Rico (Sosa Pascual y Sutter, 2018). Según el CDC, esa cantidad es el doble de muertes del año anterior, 2016.

16 Para febrero de 2018 hubo 15,508 reclamaciones a FEMA en el Municipio de Canóvanas. De esas, el 49% fue elegible y solo 23 casos obtuvieron el pago máximo ($33,000).

Enlace de publicación original:
De perderlo todo en un instante… a construir junto a otros nuestros espacios
Enlace PDF (Segun disponibilidad y tipo de publicación):
De perderlo todo en un instante… a construir junto a otros nuestros espacios